Suena tremendo

Por Helena Perez Bellas el 29.12.17 en Ensayo

Un encuentro cercano con un resonador magnético agudiza la escucha y también la lectura en esta historia que cubre el arco entre Oliver Sacks y el Dupstep.

Hace unos meses tuve un accidente que me trajo varias complicaciones y—créase o no—algunas alegrías. El iPhone es un objeto muy preciado en la sociedad argentina. Tanto que bastó para que un ladrón (o malviviente como gusta decir el diario CRÓNICA) me tirara al asfalto. Lo más trágico es que el iPhone no era mío, yo sencillamente quedé en el medio de un hecho delictivo menor, pero que me dejó un considerable tiempo sin caminar y luego caminando como si mi cuerpo fuera una tabla. Ahora son todo risas, pero no lo fueron. Para una persona que vive de escribir, no poder escribir por orden médica fue un tema. Pero a mí eso no me importó, o al menos no me dejó fulminada, porque yo siempre escribí con la cabeza. Así es. No tengo borradores de nada y rara vez tomo notas de algo. Yo escribo con la cabeza y voy armando cada nota, artículo o lo que sea, mentalmente. Lo escribo de principio a fin y voy acomodando las palabras, casi siempre mientras camino o mientras estoy nadando. Pero este artículo fue escrito en un lugar muy particular.

Una rave en el hospital

La gente le teme a la resonancia magnética y yo soy la gente. No nos vamos a engañar. Un tubo que más que un tubo es un sarcófago y en el cual te tenés que meter por treinta, cuarenta o incluso sesenta minutos y sin moverte. Sin moverte ni un poco. Aparte son una heladera. Por lo tanto, poco de todo ese engranaje está relacionado con las ganas de vivir. Hace poco tuve turno para una resonancia, ya que la pierna que se llevó la mayor parte del accidente, presentaba una leve inflamación. Cuando el traumatólogo dijo “leve”, yo ya me imaginé la antesala de una operación de decenas de horas, pero ésa es otra historia. Así que fui citada a las 2:40 AM del sábado para una resonancia. Una rave, me dijo una amiga. Y yo le dije que sí, pero un poco más abajo en tempo.

Ésta no es mi primera resonancia. Conozco los sonidos del bendito aparato. Pero quizás quienes lean esto no y para que no crean que estoy exagerando con las comparaciones musicales que me propongo hacer, les dejo este hermoso video: media hora de MRI sounds.

Ahora la gente quiere saber: ¿por qué el resonador hace ese ruido? Muchos médicos aconsejan escuchar el resonador antes de sufrirlo por primera vez. Yo lo hice y me pareció un lado B de algún disco de Sunn O))) o, en su defecto, un vivo del ruidista local, Pablo Reche.

Una vez establecido ese parámetro me puse a leer y navegar para tener más datos. Mientras más se sabe sobre algo, menos se le teme. Leer sobre cómo funciona el resonador a nivel sonido, me provocó bastante excitación e incluso algo de euforia. El resonador es básicamente un imán y su tarea es alterar las fibras más pequeñas de nuestro cuerpo. Los protones de los átomos de nuestros tejidos se excitan ante este estímulo, que es dirigido mediante las mismas ondas del espectro electromagnético que usa la radio. Esos golpes se traducen en martilleos que se aceleran y se desplazan, según la toma de imágenes. El sonido es tan fuerte que se tiene que usar sí o sí protección auditiva. A mucha gente, créase o no, este sonido la relaja y termina durmiendo dentro del resonador. Pero para otra gente es sinónimo de ataque de pánico y por eso siempre te dan un botón para que avises en caso de que tengas miedo. En lo personal, me pasan dos cosas: me da miedo, pero al mismo tiempo hay algo atractivo en esos sonidos. Por momentos se tornan caprichosos, exagerados, disonantes. Pero por otro lado están encerrados en una lógica que se entiende a medida que uno pasa tiempo con ellos. Hay algo que vincula al cerebro y a la música, sus reacciones y sus sensibilidades. ¿Puede un resonador entender cómo funciona el cerebro de un músico profesional? ¿Puede la tecnología del resonador en combinación con la música ser una respuesta frente a un ACV? Buscando en YouTube, encontré algunos videos que acercan respuestas.

Mientras iba acumulando toda esta información recordé el nombre de Oliver Sacks. Confieso que no es una persona que tenga muy leída, pero es una cita ineludible cuando se habla de cerebro y música. Conozco algunas de las líneas de pensamiento de Sacks y con respecto a los ruidos del resonador, me pregunto si entran en su categoría de “gusanos musicales”. Sacks explica que estos “gusanos” son pocas notas que se repiten una y otra vez sin parar, por un espacio interminable de tiempo. Pero en función a la verdad, el resonador es más parecido al sonido que emite una batería, que a las notas que le podemos adjudicar al piano, a la guitarra, al bajo. Es cierto que el resonador por momentos parece atacar en una franja muy breve de tiempo y luego expandir notas/sonidos a otros niveles. Pero lo que fuí descubriendo a medida que ganaba experiencia es que todo eso me resultaba extrañamente familiar. Me ayudan a pensar como si fuera una secuencia que colocara mi cerebro al tope de su productividad. Con esto no digo que a partir de haber sido resonada repetidas veces ahora escribo de manera increíble. Más bien de alguna manera—por la razón o por la fuerza, honestamente no lo sé—terminé negociando con el resonador. Y en esa negociación nacieron textos como éste.

Unas horas antes de entrar a la última resonancia me puse mal. Son cosas que pasan. Los horarios que me vienen tocando son bastante nocturnos y oscilan entre las 2 y las 4 AM. Siempre hay que llegar un poco antes para entregar las planillas, prepararse mentalmente y cambiarse. Tenía expectativas altas, algo común cuando se atraviesan rehabilitaciones largas, pero no quería aferrarme a nada. Sabía que podía volver a rehabilitación por un mes más, estaba entre las posibilidades y estaba charlado. En las horas previas a ir me entretuve escuchando dubstep, género que tiene una base similar al sonido que emite el resonador antes de que comience a funcionar. Un tum tum tum, en loop.

Recordé que FACT tiene una playlist cargada sobre el tema y la puse mientras cocinaba la cena.

Mientras tenía la comida en el horno tiré una búsqueda MRI + DUBSTEP. Y era obvio…

Como dije al principio este artículo fue escrito en un lugar muy particular y ese lugar es el resonador. Sé que para mucha gente es difícil. Lo ví y tuve que poner paciencia. La enfermedad a veces es una cura para males no diagnosticados, la soberbia y la estupidez pueden ser dos. Así que aprendí a tener paciencia mientras me caía de sueño. Con los que pedían salir y volvían todo, o casi todo, a cero. No es fácil, me gustaría ser de esas personas que por alguna razón logran dormirse dentro del resonador, pero no soy. Así la enfermedad te obliga y te orienta para armarte estrategias. La mía fue concentrarme y escribir. Ir armando todo este rompecabezas mental y volcarlo en un Google Docs. Compartirlo y esperar que le sirva a alguien y también bajar las frecuencias. ¿Es lindo entrar a un resonador? La respuesta es no. Es terrible. No, no es terrible. Es parte del proceso de la cura y eso, citando al gran Abby Warburg, es un proceso infinito. Y lo compartimos todos.

¿Y qué leíste?

Mucha gente me dijo, me sugirió, me recomendó y casi que me obligó a leer. O entendió que iba a leer más que nunca y entonces preguntó, qué andas leyendo? En honor a la verdad los primeros días no leí nada porque me dolía todo. Luego retomando las palabras de Pessoa, busqué consuelo en la literatura. Escribir no pude por casi treinta días—perdón editores y editoras, jefas y jefes de prensa—pero de a poco fui retomando un gusto por la lectura que era casi adolescente.

Leí mucho y me enviaron, compraron, regalaron, montón de libros. Quizás ésta sea una lista involuntaria de los libros del año. Porque los pude leer con una concentración y dedicación que extrañaba.

Estos son algunos.

Una Nihilista de Sofia Kovaleskaya

Una historia de iniciación, de política y de vida. Cruzada por un feminismo incipiente y por ideales del mundo moderno. Una mujer que viaja para saber quién es, qué quiere y qué necesita. Un libro bellamente escrito e impecablemente traducido. Hacía falta una novela de iniciación con una mujer como protagonista. Kovaleskaya fue la matemática rusa más importante del siglo XX. Mujer de letras y de ciencia se fue del mundo temprano, a los 41 años, hoy encuentra lectores en el 2018. Fue el primer libro que leí de corrido cuando me determiné a leer. Paradójicamente era el libro que me acompañaba cuando me llevaron al hospital.

Excesos Lectores, Ascetismos Iconográficos de Emilio Burucúa

Primer libro que recibo al salir de rehabilitación. Nunca había leído a Burucúa, deuda imperdonable. Acá me encontré con una serie de ensayos que me acompañaron a entender los procesos de la lectura de una manera más pura. Entendí también que la formación primera es la que imprimen las literaturas bastardas, desordenadas y urgentes de la infancia. Le encontré también una vuelta a hablar de la vida personal aportando generosidad y esquivando el homenaje en vida.

Léxico Familiar de Natalia Ginzburg

Libro que recomiendo a todo el mundo pero que encuentro particularmente ideal para procesos de enfermedad. De cualquier tipo, vale decir. Las razones no son solo literarias, son sentimentales y de corte amoroso. Leer a Ginzburg es sentirse acompañado. En los procesos de cura lo peor es el encierro y este libro da la sensación de limpiar el aire viciado, el aburrimiento y la televisión (o netflix) como opción única. Me sacó de las redes sociales, milagro del cielo, y me ubicó en la Italia de la guerra y en el linaje de una familia.

Alcibíades de Platón

Acercarse a la filosofía es entender un poco más, aunque cueste, la condición humana. Si uno no viene de ahí nada de esto es fácil. Pero son lecturas que no requieren de prisa y más bien otorgan mesura. Se maridan perfectamente con los procesos de cura, que exigen y demandan para sí, las mismas cosas. Libros como estos estimulan la conversación, la promueven, plantean otros tiempos y ayudan a lograr una perspectiva más sensata.

Ensayos Completos de Communications de Roland Barthes

No leer a Barthes y pretender escribir es prácticamente negarse a existir. Barthes debe formar parte del pensamiento de todo aquel que quiera entrar en la conversación humana, pero sobre todo en todas las personas que estén interesadas en bajar, al máximo posible, las terminales del dolor, tanto propio como ajeno. Ordena el pensamiento, afila las prioridades y baja los decibeles de los egos mal ubicados. Barthes es, fue y será, sinónimo de generosidad.

Más artículos en Ensayo

Últimos artículos del blog