The Clash: de Westway para el mundo, de Don Letts

Por Helena Perez Bellas el 17.05.17 en Ensayo

Pequeña y sentida crítica personal sobre uno de los documentales más íntimos de la historia del rock.

Parte Ⅰ: Momentos históricos

Don Letts (Reino Unido, 1956) emprende una tarea imposible: decir algo no dicho sobre The Clash. Si bien The Clash: Westway to the World, tiene sus años (fue estrenada en el año 2002) sobrevive al implacable paso del tiempo. Es lógico: si algo envejeció bien en estos años fueron los discos de The Clash.

Con entrevistas a todos sus miembros, pero haciendo foco en Joe Strummer, Paul Simonon y Mick Jones, Letts consigue coser un documental descarnado sobre la gloria y la caída de la banda de punk más importante del siglo ⅩⅩ. Esto no debe ser leído como un desmerecimiento a Sex Pistols, Siouxsie o Ramones (por dar un puñado de ejemplos); más bien la afirmación nace de la contundente carrera de los Clash, su fama imparable, su convocatoria multitudinaria y un conjunto de discos que forman un ícono cultural que va más allá de la música.

The Clash nace en las escuelas de arte, su fundación no es un devenir puro de la clase obrera, aunque la mitad de sus miembros provengan de allí. Un momento álgido a nivel político-estético, les permitió articular un deseo, que los llevó más lejos que a los Pistols. La razón clave es que los Clash tenían intereses en una política más activa y no tan nihilista. Para Strummer, había futuro, solo que no estaba escrito y por ende, podían apropiárselo. La propuesta de los Clash se funda en una urgencia por vivir, tal cual tenían los Pistols, pero a eso le suman organización. Eso es lo que los hará sobrevivir por unos años más. Pero tampoco tanto. Al mirar hacía atrás, la carrera de los Clash parece larguísima y eterna, pero no, fueron tan solo ocho años en los cuales jamás se detuvieron.

Letts comienza a documentar a los Clash desde sus raíces. Las entrevistas son intimistas, mas no incisivas. Lo que sale de cada uno, sale porque, recurriendo a una frase hecha, ya había pasado mucha agua bajo el puente. Las lecciones que aprendieron ellos sobre ellos mismos, son parte del relato. La fraternidad, el amor y respeto mutuo, no se perdieron a lo largo de los años. Desde el comienzo de la gira Anarchy Tour al primer disco titulado simplemente The Clash, cada uno va construyendo la historia oral de The Clash. Nos enteramos cómo se conocieron, de dónde venían, qué les gustaba. Letts no deja de lado la carga estética que tuvo la música negra (en especial el reggae y más lateralmente el ska y el rocksteady) sobre la formación musical de los Clash. Eso lo une con material de archivo del momento político, álgido, que transitaba el Reino Unido. Así es como nace uno de los tantos himnos de los Clash: White Riot.

Las primeras riots nacen de los barrios negros, barrios que transitaban los Clash y el momento clave en donde se encuentran participando de los mismos (lanzando ladrillos, intentando quemar un patrullero, en fin…rompiendo todo) sintetiza un momento tanto político, como musical. Entienden que el punk no tiene por qué ser tan solo un movimiento del impulso, puede ser también una articulación para pensar.

Si bien la historia de The Clash es importante, lo más importante de este documental (para muchos el mejor) es lo que aprendieron los propios Clash sobre música, industria e incluso ellos mismos. Por eso es un documental importante para todos los músicos, sean o no punks. Eso al final del día no es lo más relevante. Lo más relevante, en las propias palabras de los Clash, es lo que mantiene unida a una banda. Mucho se dice sobre el fuego sagrado que nuclea a un grupo de personas – sean tres, sean cuatro o sean cinco – alrededor de una sala de ensayo. Incluso en los momentos más altos de una carrera, la fama por así decirlo, eso puede ser frágil. Paul Simonon y Mick Jones hacen continua referencia a las primeras veces. De hecho se preguntan si el músico funciona por telepatía. Pero lo primero que señalan es la sensación de familiaridad en el escenario, que para ellos era la extensión del living de su propia casa. En el ’76 los Clash no sabían ni tocar, pero fueron aprendido. Tocaban sobre discos, había un carácter obsesivo en todo eso que le es muy familiar a una mayoría amplia de músicos. Luego llega el enamoramiento, al conocer a Joe Strummer. Simonon lo describe como el mejor ser humano que podrías conocer. Los engranajes en The Clash se juntan, orgánicamente, y eso alcanzó para cambiar el mundo de la música.

Parte Ⅱ: Momentos personales

Strummer señala, en una dura autocrítica, que cuando las cosas funcionan no hay que tocarlas. Lo que parece una obviedad, no lo es. Sobretodo en un mundo en donde el ego puede traicionarlo todo. Con la autoridad que le dan los años, se permite aconsejar a los músicos, a las bandas que vienen. El consejo es simple pero funciona al día de hoy. A veces hay que parar, tomarse un tiempo, darse una distancia, un respiro. La historia de The Clash fue tan precipitada que las relaciones se fueron viciando y lo que antes los unía, sobre el final los separaba. Strummer se toma su tiempo para darse a entender. Explica que esa sinergia que consigue una banda, un grupo de personas, no es algo con lo que se deba jugar así nomás. No es un chiste, no es cualquier cosa. En una anécdota conmovedora y plena de afecto, cuenta sus últimos días junto a Simonon. Lo irritaba todo de él, no podían hablar, tenía arranques de divismo y siempre llegaba tarde. En un momento Strummer se detiene y dice: Pero por el talento vale la pena esperar. Es tan desgarrador el tono con el que dice eso, tan simple al mismo tiempo y tan pleno de verdad, que uno no puede más que recordar al propio Simonon diciendo que Strummer es el mejor ser humano que puedas conocer.

Así hilvanado en la historia va el documental de The Clash. Parece algo chiquito pero es algo grande. Al menos yo esta vez lo vi con otra perspectiva. Siempre hay un riesgo de quedar mal, muy mal, cuando se encuentra reflejado en gente tan enorme. Desde ya no es el talento lo que uno compara frente a semejantes fuerzas de la naturaleza, porque eso es The Clash, una fuerza de la naturaleza. Son los sentimientos y de esos tenemos todos. A mi también me hubiese gustado saber más cosas el primer día que entré a un estudio de grabación, los primeros años que toqué en vivo, la segunda vez que fuí a grabar. Saber más cosas no de la técnica, saber más cosas del género humano. Poder haber esperado más, tener más paciencia, ser menos dramática. La juventud trae impulsos que son bellísimos, singulares, taxativos, fundacionales. Pero todo eso te puede liquidar en un segundo. Y con eso podes perder lo que más querés en el mundo, que paradójicamente es lo que menos estás cuidando.

Es muy difícil ser músico. Es más difícil que cualquier cosa. La música siempre se hace con los otros, se completa con el otro, trasciende con el vivo, se cristaliza con el público. No hace falta llenar un estadio para saber eso. El momento más sufrido de los Clash fue el más masivo, el del top 5, el del Top of the Pops. No hubo retorno, las cosas se terminaron, no existió reunión, disco de regreso. Queda la obra. Ahí hay una alerta y una puerta de entrada para todos los músicos. Lo importante al final del día parecen ser dos cosas: ser amigos y dejar una obra. No todos están (estamos, ok), destinados a ser The Clash, ya que The Clash hay uno solo y eso queda más que claro en el documental de Don Letts. Pero sí estamos destinados a pasarla bien, grabar un disco una vez en nuestra vida como corresponde, ensayar y encontrarnos en esos ensayos, componer, entendernos. La edad acomoda muchas cosas. Da una visión total sobre la vida. Se puede ser rebelde, curioso, estéticamente provocador y mil cosas más, después de los 30. Se pueden hacer mil discos después de los 30. Pero para eso hay que sostener una cosa y es a tus amigos. Los amigos, como la música, über alles.

The Clash: Westway to the World, documental completo en YouTube.

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